El juicio del amor.
Todos los arcángeles rodeaban a los dos culpables. Un hombre y una mujer, acusados de hacer silencio al no decir lo que sentían y de callar a su corazón.
Arcángel Miguel: Contemplad a los culpables de callar al sentimiento más hermoso jamás creado.
Arcángel Samuel: ¿Es eso verdad?, hablad ahora o callad para siempre.
Ninguna palabra fue pronunciada y hubo silencio total.
Ángel del hombre: Él no ha dicho lo que siente por temor a lo que pueda pasar, y no ha dejado que algo pueda pasar, por temor a que muera lo que siente.
Ángel de la mujer: Ella no se ha percatado ni sabe lo que ha pasado, y no quiere saber por temor a recordar lo que alguna vez sintió en el pasado.
Y de repente empezó a llover, grandes gotas empezaron a caer.
Arcángel Uriel: Habrá que tomar una decisión justa y necesaria.
Arcángel Rafael: La vida le dio a los humanos el don del sentimiento para tener varias razones para vivir, y una voz para expresar y comunicar a los demás lo que sintió a cada momento. El dueño de eso, sólo aquél y nada más que aquél puede sentir lo que vive y expresar lo que siente.
Y de repente un rayo en algún lado se estrelló.
Arcángel Gabriel: ¿Realmente estos dos seres que tenemos aquí son humanos?, mirad sus ojos, sentid su respiración, mirad sus movimientos, oled su aliento, y tratad de escuchar sus corazones, y os daréis cuenta de ello.
Los 7 arcángeles que quedaron viendo los ojos de aquellos dos sujetos, y no vieron nada; invocaron el silencio y sólo escuchaban el aire entrar y salir de sus pulmones; admiraron sus cuerpos y no había movimientos; oyeron sus corazones y quedaron asombrados, latían con gran velocidad, eran estrepitosos.
El Arcángel Jofiel: Aquí hay algo que no hemos descubierto.
El Arcángel Zadkiel: Algo que parece indestructible, camuflado, y humano.
El Arcángel Rafael: Habrá que condenarlos a quitarles sus sentimientos… ¡Oh, momento!, callad, parece que algo está por pasar.
El Hombre, que estaba arrodillado al igual que la mujer, se levantó y miró a los arcángeles a los ojos. Tomó la mano y de la mujer y la levantó. Iba a hablar.
De repente, el sol radiante salió y todo el lugar iluminó.
Hombre: Durante varios años callé mi corazón y oculté mis sentimientos por esta mujer aquí presente. Los humanos somos un ser diferente en nuestro interior, comparado al que mostramos en el exterior. Intentamos mostrar y aparentar ser felices aunque el interior esté destruido; queremos ser indiferentes, aunque por siempre sintamos profuso amor; amaríamos ser especiales, y no sabemos que nuestro interior tiene algo único y especial; anhelamos tener todo en nuestras manos, sin necesidad de usarlas; por fuera podemos estar exaltados pero por dentro estaremos acomplejados y preocupados; no expresamos ni mostramos lo que sentimos, porque queremos guardar todo en nuestro interior por miedo a que al salir sea robado, destruido o pisoteado.
Me veo ante vosotros y supongo que ya es tarde, para saber si esta mujer en lugar de robar, destruir o pisotear lo que sentía, quizá lo apreciaba, le daba vida, y de igual forma me lo devolvía.
Mujer: Callad, antes que pronuncien alguna palabra yo también hablaré.
Yo llegué a querer al este hombre aquí a mi lado, pero el temor no hizo posible que naciera el amor. La tierra está plagada de hombres que piensan que las mujeres estamos para calmar deseos y satisfacer necesidades, qué idiotas son. Ser mujer, es ser frágil, sensible y pura. Los hombres no tienen los ojos, el corazón ni las manos adecuadas para saber eso.
Yo también me veo aquí ante ustedes y sé que es tarde, sí, me di cuenta demasiado tarde que este hombre era diferente, que pude pasar una vida con él feliz y más que alegre, con él pude haber terminado mi dolorosa búsqueda amorosa y el tiempo que fue quemado con mis lamentos y mis lágrimas, pudo haberse convertido en un tiempo que extendería mi vida al estar lleno de risas, besos y miradas.
De repente el suelo se movió y un gran vacío los aturdió.
Aún no es tarde para amar, queda mucho por vivir. – Dijo una voz melodiosa, que procedía de la nada, quizá era Dios, no ese que todos imaginan sentado en un trono de barba y cabello blanco, que castiga y pareciera no perdonar, si no el sonido del mismo amor y el eco del temido tiempo.
Los arcángeles hicieron aparecer sus trompetas y entonaron una corta, poderosa y estruendosa canción. Cuando hubo terminado, cuando el hombre y la mujer parpadearon, sintieron en su cuerpo una fuerte y cálida brisa, ambos sentían que caían, y mientras caían, una vez más esa voz misteriosa les pronunció al oído:
Aquella lluvia que cayó, es el amor, ya que se pudo sentir y ver; aquel rayo que se estrelló es el impacto de hacer el amor; cuando salió el sol, eso significó que su amor por fin se había manifestado, y el uno al otro se lo habían confesado; ese temblor que los aturdió, les hizo sentir lo mismo que se siente al estar enamorado.
Despertaron, y cuando lo hicieron se dieron cuenta que estaban tomados de la mano, dándose un beso, abrazados y acostados en una cama blanca rodeada de rosas, no sabían cómo habían llegado allí, pero recordaban cada instante que pasaron en el cielo, en el juicio del amor.
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Inspirado en La casa del Juicio, de Oscar Wilde.
Andrés Cuéllar.
24 marzo 2011.